Aún podía sentir en mi mandíbula el puñetazo que mi nueva vecina Bell me
había clavado tras llamarme “pervertido”. ¡“Pervertido” no es la palabra para alguien
que apenas husmea un escote! No es mi culpa que ella llevara esa camiseta, ni
mucho menos que tuviera ese cuerpazo... Ufff… Pero lo que más me jodió fue que
no pude leer nada en ella, ¡NADA! Fue como estar ante un telón negro y apenas
oir una voz lejana, como un eco, repitiendo algunas palabras aisladas que ahora
no logro recordar porque su fuerte golpe (o su pronunciado escote) me
desconcentró totalmente.
Mis vecinas se sumaban a mi lista de objetivos. Tenía que investigarlas.
Por un segundo, mi naturaleza nefi paranoica se alzó para decirme que tal vez
los Grigori habían enviado a esas sexies criaturas para vigilarme a mí. ¿Pero
qué eran? ¿Una nueva raza de híbridos? Imposible, yo debería saberlo, ¿no? A
menos que…
–¿Me estaré volviendo viejo? –pensé en voz alta, algo que preferí no
responderme.
Fui a la cocina en busca de algo de beber y no hallé más que 2
botellas vacías.
Lo malo de instalarse en un nuevo sitio (además de conocer a los
vecinos) es tener que llenar el refrigerador y la alacena, entre otras cosas, y
lo que yo más necesitaba en ese momento era un par de cervezas, así que me eché
una carrera hasta el supermercado que había a unas pocas calles del piso.
¿Ya dije que odio ir al supermercado? Me enferma, sobre todo esos
estúpidos carritos. Prefiero cargar todo en mis dos manos que pasearme
arrastrando uno de esos tontos carros de metal incómodos de maniobrar. Hay
personas que tienen un rechazo injustificado hacia los paraguas y prefieren
mojarse bajo la lluvia que llevar uno, ¿cierto? Bueno, yo odio los carros de
supermercado.