“Al fin en
paz”, me dije mientras abría la ducha para que el calor del agua comenzara a
calentar el cuarto de baño. Necesitaba un baño con suma urgencia. No sólo me dolía todo el puto cuerpo, sino que también apestaba.
Me quité mi
camiseta rota, los jeans manchados y busqué la rasuradora que había comprado el
otro día. Mi barba de dos días ya parecía de una semana después de dormir un
día entero en el sofá de mis vecinas. Un segundo después advertí que me había
olvidado de comprar también espuma de afeitar, así que tendría que improvisar
con el jabón.
Lo único que
deseaba esa noche era afeitarme, bañarme y sentarme tranquilo a escribir el maldito
informe para los Grigori de una puñetera vez. ¿Tenía que decirles lo de Bell y
Savannah? No estaba seguro. Hasta no saber más de ellas, no podía exponerlas de
ese modo.
A decir verdad,
las quería sólo para mí. Lo mejor sería escribir un informe sobre ellas para mi
uso personal. Tenía que ganarme su confianza y en las últimas veinticuatro
horas había avanzado bastante en ese terreno. Bueno, ellas me habían salvado la
vida a mí, ¿no? Cuando yo intenté salvarlas a ellas y los papeles se
invirtieron por culpa de una jodida bala de sal.
Bonita
cicatriz la que obtuve. Aunque tengo que admitir que Bell hizo un muy buen
trabajo al curarme.
Rocé esa marca
en mi hombro, la cual iba a tener que acostumbrarme a ver allí, y me miré al
espejo que comenzaba a empañarse. Lo limpié con mi mano y pasé el jabón por mi rostro
hasta formar espuma. Y estaba a punto de pasar la rasuradora cuando sentí una
presencia cerca. Tras eso, alguien llamó a la puerta.
—Scheisse…
Me acerqué despacio
a la entrada para percibir mejor a mi visitante. No tuve que espiar por la
mirilla para descubrir que era Savannah —o “Savy”, como la llama Bell—, sus
emociones la delataban. Ella es… ¿Cómo decirlo…? Humm… ¿Intensa? Sí, creo que
esa es la palabra correcta. Tanto ella como Bell emanan una energía de lo más
peculiar y exquisita.
¿Por qué
estaba en mi puerta ahora? No tenía idea, pero no iba a esperar para saberlo.
Regresé al
baño y me enrollé el toallón en la cintura. Llevaba puestos mis boxers, pero
supuse que recibirla en ropa interior no sería buena idea si estaba en plan de
“seamos amigos y matemos cazadores juntos”.
Cuando abrí la
puerta, sus ojos se agradaron como platos al verme en mi estado pre-baño.
“Me tuviste un
día entero sin camiseta y agonizando en tu sofá, ¿y te sorprendes de verme así?”,
pensé, pero preferí ser más sutil.
—Déjame
adivinar, necesitas una taza de azúcar —reí, aunque a ella no le causó mucha
gracia.
—Creo que
estoy interrumpiendo algo. Mejor me voy —me lanzó con mala cara y atinó a darse
la vuelta.
—Sí, estaba a
punto de afeitarme —la detuve—, pero puedes pasar y tomar el azúcar tú misma.
Aunque no creo que la necesites, ya eres toda una dulzura… Mmm… —añadí casi
relamiéndome.
Ella se cruzó de brazos y me clavó una de esas
miradas gélidas que lo petrifican a uno. Tiene unos ojos hermosos, incluso
cuando se enoja. Unos segundos después, aflojó su cuerpo y sus ojos vagaron por
todos lados, evitando mirarme a mí.
—Iba a pedirte…
—murmuró—. Me preguntaba si… —pero parecía no encontrar las palabras en su
mente.
—¿Si qué?
Volvió a
tensarse y me miró fijamente. ¿Qué demonios le sucedía? Me estaba poniendo
nervioso.
—No, olvídalo.
Me las arreglaré sola —dijo y otra vez se giró.
—¡Oye, espera
un momento! —le exclamé—. Vienes hasta mi puerta, interrumpes mi ducha, me lanzas
tus miradas de puñal, ¿y luego te vas? ¿Qué te sucede?
—Es que…
Bueno… —titubeó y tomó aire.
—¿Qué?
—Hay una araña
en mi dormitorio —dijo finalmente y sentí en ella un repentino terror.
—Una… ¿araña? —repetí
alzando una ceja.
—Sí, es negra,
grande y muy asquerosa.
—¿Y qué?
¿Quieres adoptarla? Podrías llamarla “Blacky”.
—No, idiota.
¡Odio las arañas! —confesó enojada—. Y me preguntaba si…
—Si…
—Si podrías
ayudarme a matarla.
¡Al fin lo
dijo! Y vaya que le costó trabajo.
Otro dato para
añadir en mi informe: a la joven were no sólo le cuesta admitir sus debilidades
(arañas, entre éstas), sino también pedir ayuda.
Me quedé mudo
unos segundos, hasta que la risa me llegó de repente.
—Es una broma,
¿cierto? —murmuré, conteniéndome, y a Savy no le cayó nada bien—. Digo… Tú y la
pelirroja pueden cargarse a un ejército de cazadores, ¿pero no pueden con una
simple araña?
—Bell no está
y ya te dije que odio las arañas. Les tengo fobia.
Sonreí, me
crucé de brazos y me incliné sobre el marco de la puerta de un modo bastante
arrogante, lo asumo.
—¿Y yo soy el
último recurso?
—Eres el ÚNICO
recurso, me temo —puntualizó e imitó mi posición.
—Vaya… Qué
halagador.
Intercambiamos
miradas bastante suspicaces y desafiantes. Yo no le caía muy bien que digamos,
pero estaba empecinado en hacer lo posible por cambiar eso, aunque mis
continuas bromas y coqueteos no ayudaban mucho.
—¿Vas a
ayudarme o no? —me preguntó luego.
—Depende, ¿qué
me darás a cambio?
Su rostro
cambió repentinamente. Fue como si una ira devastadora la invadiera, pero
después su boca se torció en una leve risa algo perversa, la cual me resultó de
lo más sexy.
—Humm… No sé —susurró
y se movió un paso hacia a mí—. Estaba pensando que… —continuó con una voz muy
suave, acercándose más, hasta dejarme sentir su calor sobre mi torso desnudo—. ¡Que
te salvamos la vida la otra noche, cerdo arrogante! —Y me dio un empujón
bastante fuerte—. Estás en deuda con nosotras.
Reí y me
ajusté el toallón en mi cintura que, por el brusco movimiento, se había aflojado.
—Cierto, pero
este sería un favor sólo para ti —aclaré—. Además, si mal no recuerdo, tú
querías tirarme desnudo a la calle, y cuando me liberé de las sogas, estuvieron
a punto de cortarme en pedazos.
—Somos
precavidas.
¡Y perversas! Ese
era otro dato que no podía faltar en mi informe.
—No las culpo,
pero incluso habiendo arriesgado mi propia vida por ustedes, me costó mucho
convencerlas de que estoy de su lado.
—Vale, y ya lo
hiciste. Así que, ¿vas a ayudarme o no?
—De acuerdo. —Me
giré hacia la mesa del comedor para tomar las llaves y caminé hacia el elevador—.
Vamos, hagamos esto rápido. Dejé la ducha abierta —añadí impaciente. Quería
hacer mi buena acción del día (o la noche), pero ella se había quedado allí
dura, mirándome confundida.
—¿No vas a
vestirte? —inquirió.
—No necesito
un traje de exterminador. Además el edifico está vacío, nadie va a denunciarme
por exhibicionista.
—Estás
descalzo.
—He
sobrevivido en peores terrenos con mucha menos ropa.
—Y tienes
jabón en el rostro —añadió señalando lo evidente con su dedo índice.
Tomé el
toallón que cubría mis caderas y piernas para limpiarme la cara y volví a enrollármelo
en la cintura.
—¿Contenta? —dije,
pero Savy había clavado la vista al techo, luchando contra el sonrojo de sus
mejillas y su pulso repentinamente acelerado.
La había
puesto nerviosa, podía sentirlo. Creyó que estaría desnudo bajo el toallón, ¡ja!
Bueno, no era que me faltaran deseos de eso, pero intentaba mantener algo de decencia.
Subimos al
elevador y ella se ancló a un rincón de éste, lo más lejos posible de mí, luego
de presionar el botón. La examiné de arriba abajo y, la viera por donde la
viera, se veía no sólo hermosa, también ardiente. Esa camiseta ceñida que
llevaba no hacía más que enfatizar sus atributos. Se me ocurrió una docena de
cosas que hacerle en ese preciso momento y lugar, lástima que el trayecto fuera
tan breve, y si quería hacer buena letra con ellas, tenía que mantener mis obscenos
pensamientos lejos de mi cabeza y de mi entrepierna.
Apenas el
elevador se detuvo y la puerta se abrió, Savannah salió disparada como un rayo.
Ese sentimiento ambivalente en ella me desconcertaba. Por momentos podía
percibir un regocijo delicioso cuando estaba cerca suyo que luego se convertía
en un sentimiento de alarma y rechazo. Tenía emociones muy encontradas hacia mí
y eso me resultaba interesante.
Entramos al
piso y me guió directo a la habitación, donde mi atención fue acaparada por la
enorme cama de sábanas negras. No una docena, sino un centenar de lujuriosas
ideas desfilaron por mi cabeza.
“No pienses en
eso, no pienses en eso…”, repitió mi voz interior.
Eché un
vistazo alrededor, buscando a la famosa araña que había comenzado todo esto, pero
no vi nada.
—Estaba aquí
hace un momento —dijo ella señalando la pared de la cabecera.
—Pues parece
que se fue.
—Debe andar
por algún lado.
—Tal vez se
metió dentro de la cama —dije yo, levantando las almohadas.
—¡¿Qué?! ¡No,
por Dios! ¡Fíjate! —exclamó espantada, sacudiendo las manos.
Alcé el
cubrecama y las sábanas y claro que no había anda, pero si hay algo que me
gusta hacer es volverlo todo más dramático.
—No, no está
aquí —le aseguré y clavé mi mirada petrificada en ella—. Oh-oh.
—¿Qué? ¿“Oh-oh”?
¿Qué es eso, qué sucede? —se inquietó.
—Savannah… espera.
—Entorné los ojos y di un pausado y medido paso hacia ella.
—¿Qué?
—Shhh… Quédate
quieta —susurré.
—¿Por qué? ¿Qué
pasa?
—No… te…
muevas…
Me acerqué a
ella casi en cámara lenta, manteniendo mis ojos fijos en su cabeza, lo cual era
algo bastante difícil considerando la enorme talla de su sostén.
—No… —retrocedió
despacio—. ¿Qué tengo? No me digas que…
—Sí, está en
tu cabeza. Espera.
—¡¡¡NOOOO!!! —gritó
revolviéndose los cabellos con ambas manos, chillando y dando saltos mientras
corría de un lado al otro del dormitorio.
—¡Te dije que
esperaras!
La sujeté de
los brazos con ambas manos y la empujé contra el armario. Nuestros cuerpos
colisionaron y pude sentir que su corazón luchaba por escapar de su pecho
cuando advirtió que mi rostro estaba casi pegado al suyo, tanto que creo haber
pinchado su mentón con mi crecido y desaliñado vello facial.
—Tranquila… —murmuré
sobre sus labios y ella puso los ojos grandes y redondos como dos lunas a la
vez que contenía el aire.
Medí a mi
pequeña presa sobre sus cabellos y abrí y cerré mi mano velozmente para
atraparla.
—La tengo —Le
sonreí y recibí su respiración aliviada sobre mí, el calor acumulado de su
piel, el perfume de su cabello revuelto y… Joder, que me estaba gustando
demasiado.
Me alejé un
paso y abrí mi mano ante nuestras expectantes miradas para descubrir los restos
de la culpable de tanta histeria.
—¡Ups! Lo
siento —reí—, era una pelusa.
Sus ojos
chispearon bajo el profundo surco de explosivo enfado de su frente.
—¡Maldito
embustero! —gritó y me dio un fuerte golpe, haciéndome caer de espaldas sobre
el colchón.
Reí de modo
perverso (¿alguna vez lo hago de otro modo?) y apoyé mis codos para inclinarme
hacia adelante. Sí, lo sé, a veces me comporto como un verdadero cabrón, pero
es que esas pequeñas maldades (como idear que una araña se haya metido en su
cama o simular que la tiene en la cabeza) me resultan de lo más divertidas. No
puedo evitarlo.
—Querida Savy,
si quieres tenerme en tu cama, no tienes que molestarte en inventar historias de
arañas, ¿sabes?
—¡Sal de aquí
ya mismo, cerdo arrogante y pervertido! —me ordenó enfadada, señalando la
puerta.
—¡Oye! Acabo
de salvarte de una horrible y mortífera pelusa. ¿No vas a agradecérmelo?
—¡VETE! —chilló
apretando los puños. Realmente se había enfadado mucho.
—Ya, de
acuerdo. Me voy. —Me incorporé, alzando las manos en son de paz, y salí del
dormitorio, pero apenas di unos pasos, escuché su grito de terror.
—¡Ahí está! —exclamó
y corrió hacia la sala, pasando junto a mí como si hubiera visto un fantasma.
—¿Dónde?
—Allí, sobre
la mesita de luz —señaló aterrada desde el corredor.
Bufé y regresé
a la habitación. Me acerqué a la mesita, donde había un libro (“El libro de
Jade” de Lena Valenti, más precisamente), y junto a éste, la bendita araña.
—¿Esta es la supuesta
araña “negra, grande y asquerosa”?
—¡Sí! ¡Mátala!
¡Era más
pequeña que un microbio! ¿Tanto escándalo por algo que debería tener más miedo
de Savy que Savy de ella?
Me sentí
estafado.
—Dame tu
zapato —dije estirando mi brazo sin perder de vista al bicho, ¡porque realmente
era insignificante!
—Mátala rápido
antes de que se escape otra vez.
—Por eso te
digo que me des tu zapato.
—¡Hazlo ya, maldición!
Tomé el pesado
libro que allí descansaba y la aplasté con un breve pero certero golpe.
—¡No! —gritó
ella—. ¡Mi libro! —Entró corriendo de nuevo, directa hacia la mesita de luz—. La
aplastaste… con… mi… libro…
—No quisiste
darme tu zapato. —Me encogí de hombros.
Sus ojos se
llenaron de lágrimas y su boca tembló cuando sostuvo su preciado tesoro literario
y observó la pequeña pero pegajosa mancha en la bonita portada de tapa dura
laminada.
—Arruinaste mi
libro —repitió con voz devastada. Y de un casi llanto pasó a una completa ira,
fulminándome con esos ojos de felina y vampiresa ofendida, todo en una—. ¡¿Acaso
no puedes matar un simple insecto como un hombre normal?! —rugió como un volcán
a punto de entrar en erupción.
—No, porque yo
no tengo nada de hombre “normal” —declaré—. ¿Quieres ver? —Le guiñé un ojo y
atiné a quitarme el toallón de la cintura.
—¡Grrr! ¡¡¡ERES
ODIOSO!!! —gruñó con fiereza, explotando finalmente y, aferrando el libro con
ambas manos, comenzó a golpearme con él, sacándome de la habitación a librazos
en la cabeza, hombros, cintura y por donde pudiera.
—¡Y tú eres una
ingrata! —espeté, tratando de evadir sus veloces movimientos y retrocediendo
hacia la sala.
—¡Sal de aquí
ahora mismo, maldito demonio bueno para nada!
—SEMI demonio.
—¡Lo que sea!
¡VETE! —y me arrojó el libro por la cabeza.
Pero yo fui lo
suficientemente ágil y rápido para agacharme a tiempo y esquivarlo. Lo que no
contemplé (y ella tampoco) fue que Bell acababa de entrar y estaba detrás de
mí, justo para ser recibida con un cálido librazo en la nariz.
—¡Ouch! ¡Maldición!
—chilló y sujetó su nariz con ambas manos—. ¿Qué está sucediendo? —Sus ojos
saltaron de sus órbitas cuando notó mi presencia en ropa interior, pues por
tanto movimiento violento, mi toallón se había caído—. ¿Kramer? ¡¿Qué demonios haces
tú aquí?!
—Bueno… Tu
hermanita y yo estábamos a punto de…
—¡Cállate! —interrumpió
Savy—. ¡Ni aunque fueras el último hombre sobre la Tierra! —Tomó el objeto más
cercano a su disposición, el control remoto del televisor, y me lo arrojó encima,
sólo que en lugar de evadirlo, esta vez yo lo detuve con mi mano como hacen en
las pelis.
—Intenta de
nuevo —le sonreí y le regresé el contundente objeto.
—¡Grrr! ¡Te
odio! —gruñó y dio media vuelta para encerrarse en el dormitorio.
Miré a Bell. Tenía
sangre en su nariz y un resplandor asesino en los ojos, como si contuviera un fuerte
deseo por descuartizarme.
—Mejor me voy.
—Tragué saliva—. Humm… Dejé la ducha abierta —y me largué de allí antes de ser
testigo de la ira were.
10 personas no pudieron evitar espiarnos y decir::
ajajjajajaj kramer, no pude para de reir jaajjaja
esta genial!!!!!!!!!
Y ahora hasta golpes recibo en mi casa JUM, me vengare!!!!!!
hay dios mio me ENCANTO! dios q cosa genial, vamos bell te toca no? rápido....
¿kramer? como dañas un libro de lena así? yo boy por el de ardan mujajaja te gane savy...
kramer! uno no juega con las fobias ajenas!
que nefi tan perverso...
¡Eso! Lily tiene razón! No se juega con las fobias ajenas! o_ó ¡Muy feo, sívamet! xD
¡Genial la escena! :D Pero eso ya lo sabías ;)
Estoy esperaaaaaaaaaaandoooooooooooooooooo.......
Deje su mensaje despues del tono, uno de nuestros asesores se comunicara mas tarde. Tutututututututututututtutututututu.
:p
Me estas diciendo que espere en la lililililiiilililililililiiineeeea!!!
¬¬
jajajajajaja Hay que poner la musiquita de suspenso para que la sugar no se sienta tan fuera de lugar mientras espera en linea! xD
jajajajjaja me gusto mucho este cap y me senti identificada con savy tengo pavor a las arañas :/
Que desagradecida.
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