Apresuré el paso y llegué al bazar al que tanto había
querido entrar desde nuestro paso por la mueblería. Así que, sin más demoras, sonreí
ampliamente y empujé la puerta de vidrio haciendo sonar una campanilla de cristal.
Al instante, dos mujeres, que se encontraban en el fondo del local, nos miraron
de mala manera. Bufé molesta e intenté por todos los medios posibles ignorarlas.
Aunque seguía sin poder entender que le pasaba a esta gente. Los sujetos de la
mueblería nos habían estado echando el ojo de la misma manera durante todo el
tiempo que habíamos estado allí. Nos miraban como si estuviéramos a punto de
robarles. Claro, que eso había cambiado cuando mi Sisar plantó delante de ellos
el dinero en efectivo de nuestro gasto.
—Vámonos
a otro lugar a comprar —me
murmuró entonces Bell totalmente fastidiada.
—No,
me gusta la vajilla de este lugar —protesté—. La compraré aquí. Le
guste a quien le guste, le pese a quien le pese.
Bell siseó entre dientes y se cruzó de brazos. Sí, yo podía
ser muy terca. Tanto que nadie podía contradecirme en la mayoría de los casos.
¿Y para que negarlo? Me encantaba ser de aquella manera. Disfrutaba ver como
solían desquiciarse al no poder hacerme entrar en razón.
—Bueno,
tu compra que yo te espero afuera —me
dijo entonces mi Sisar.
—No…
¡Anda! ¡Ayúdame a elegir!
—Savy,
es solo… —movió sus
manos en el aire abarcando las estanterías—,
vajilla. -Se encogió de hombros—.
Da igual que sea negra, naranja o fucsia.
—¿Fucsia? -repetí
horrorizada—.
Tienes un mal gusto por las cosas.
Bell suspiró y meneó la cabeza.
—Por
favor… —murmuré
utilizando mi arma secreta. Los ojitos de perro mojado.
—No
hagas esa cara —bufó y yo ladeé mi cabeza hacia un lado para darle
mas dramatismo. Y no pasaron ni cinco segundos para que sediera—. ¡Argh! ¡Vale!
Sonreí feliz y me di la vuelta marcando las cosas que
llevaríamos. Sentía una gran felicidad haciendo esta trivialidad de compras que
hasta me sentía tonta. Pero… Es que solo así parecíamos una familia normal. De
esas que salen de paseo los fines de semana y que van de compras cada tanto
para cosas de su casa. Y yo… Yo quería imaginar que nuestra estadía en Londres
nos convertiría en eso. En una familia feliz y tranquila por mucho, mucho
tiempo. Convertiría aquel piso en un cálido hogar donde nuestras preocupaciones
quedarían exiliadas de él.