“Al fin en
paz”, me dije mientras abría la ducha para que el calor del agua comenzara a
calentar el cuarto de baño. Necesitaba un baño con suma urgencia. No sólo me dolía todo el puto cuerpo, sino que también apestaba.
Me quité mi
camiseta rota, los jeans manchados y busqué la rasuradora que había comprado el
otro día. Mi barba de dos días ya parecía de una semana después de dormir un
día entero en el sofá de mis vecinas. Un segundo después advertí que me había
olvidado de comprar también espuma de afeitar, así que tendría que improvisar
con el jabón.
Lo único que
deseaba esa noche era afeitarme, bañarme y sentarme tranquilo a escribir el maldito
informe para los Grigori de una puñetera vez. ¿Tenía que decirles lo de Bell y
Savannah? No estaba seguro. Hasta no saber más de ellas, no podía exponerlas de
ese modo.
A decir verdad,
las quería sólo para mí. Lo mejor sería escribir un informe sobre ellas para mi
uso personal. Tenía que ganarme su confianza y en las últimas veinticuatro
horas había avanzado bastante en ese terreno. Bueno, ellas me habían salvado la
vida a mí, ¿no? Cuando yo intenté salvarlas a ellas y los papeles se
invirtieron por culpa de una jodida bala de sal.
Bonita
cicatriz la que obtuve. Aunque tengo que admitir que Bell hizo un muy buen
trabajo al curarme.