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24 de enero de 2013

Una ayuda innecesaria... (Bell)


           No entendía para nada a Savy últimamente. Estaba de un humor de perros, y se suponía que yo siempre estaba de ese humor, eso sí era hilarante. Regresé a la cocina esperando a que se me bajara también el mal humor y dejar que los olores de todo lo que preparaba en las cacerolas llenaran mi mente y me tranquilizaran como siempre lo hacían. Cocinar me encantaba, era lo más relajante para mí. Disfrutaba ese pequeño acto más que nada en el mundo. Sólo esperaba que los trastes se lavaran solos porque era lo único que podía ponerme de los nervios, a parte de cierta pequeña hermana.

            Mientras estaba poniendo los últimos toques para el pollo, el mensaje de Savy me llegó como una oleada de hielo. ¡Maldición! ¿En qué lío se había metido ahora? No lo sabía, sólo me dijo que eran muchos tipos.

No lo pensé y apagué todo en la cocina. Lo último que quería era un delicioso guiso quemado y tener que ir a comprar nuevas cacerolas. Destellé a su lado y me di cuenta de que en verdad eso era una mierda: unos cuantos tipos nos rodeaban. Sabía que podría con esos humanos, no sin salir con algunos raspones y moretones, pero lo lograrían. Al principio pensé que eran los rastreadores y un poco de alivio se filtró dentro de mí al ver que eran simples humanos, unos muy fuertes por lo que pude comprobar cuando comenzaron a atacar, pero ni siquiera seguían las reglas de un buen combate cuerpo a cuerpo, ¡se lanzaban en bola! Eso no me preocupaba en lo más mínimo, sólo tenía que ser cuidadosa, pues no podía matar a ninguno de ellos. No importaba quiénes eran, pero no podía dejar cuerpos por aquí y por allá sin mas.

 Habíamos noqueado a más de la mitad cuando me di cuenta que dos hombres tenían a Savy atrapada. Mis manos estaban llenas también y mi sisar intentó decirme algo que fue interrumpido por un ruido tras el bote de basura que estaba a un lado del callejón. Cuando giré, me quedé impactada con lo que vi: el extraño vecino le había partido el cuello de un simple movimiento a un tipo. ¿Qué demonios hacía ese cerdo arrogante aquí? No podía creer nuestra mala suerte. ¡Hasta en la sopa veía a ese tipo! Solo esperaba que en mis pesadillas se mantuviera alejado.

14 de enero de 2013

El antihéroe (Kramer)



Otro estúpido día en esta estúpida ciudad recorriendo sus estúpidas calles en busca de estúpidos cazadores, y sobre todo, de ese nefi emo de aquella noche.
Me pasé tarde y noche recorriendo tiendas, bares y galerías de arte (eso último fue por gusto propio). Todo en vano. ¿Cómo carajo pensaba encontrar a un tipo en una ciudad con ocho millones de habitantes?  ¡No soy un jodido Centinela! No tengo esa habilidad de rastreo superdesarrollada. Gracias que logro diferenciar energías.
¿Qué estaba haciendo mal? Además del hecho de que no pisaba Londres desde hacía más de un siglo y que aún no terminaba de asimilar los cambios urbanos que la ciudad había sufrido. Odiaba andar con el GPS de mi móvil como un estúpido turista, pero si no hubiera sido por éste, me habría perdido más de una vez. 
Demasiados cuestionamientos me taladraban la cabeza mientras caminaba de regreso a mi piso, hasta que caí en la cuenta de lo que estaba haciendo mal: no estaba en Londres para buscar nefis, sino para investigar cazadores. Me estaba desviando de mi objetivo, quizás por instinto de supervivencia o quizás por pura nostalgia. Volver a esta ciudad me recordaba a aquello días de 1891, cuando todo era muy diferente y mucho más fácil: Caín y Seth hacían casi todo el trabajo mientras Abel y yo nos perdíamos en los fumaderos de opio.
¡Ja! Menudos trastos éramos.
Excepto cuando Abel tenía una de sus visiones. Con sólo encender una puta cerilla, el muy cabrón ya podía ver en la pequeña llama un sinfín de futuros. El problema era que sus visiones eran impredecibles. Podía pasar semanas sin ver nada, y de repente, darnos información sobre diez posibles nefis en peligro a la vez. Yo, empero, sólo servía para deshacer evidencias, sobre todo cuerpos.