Cuando supe que Bell ya no estaba en el piso,
corrí hacia el cuarto de baño. Me daría una ducha y saldría a recorrer la
ciudad. ¿Ella pensaba que me quedaría encerrada? Seguramente antes lo hubiera hecho,
pero no iba a suceder esa noche. Y es que no sabía la razón, empero desde
nuestra llegada a Londres, me sentía prisionera en todos lados. Era como si, en
cada lugar que pisaba, me introducía en una jaula. Nunca me había pasado. En
ningún lugar, ni en ningún momento. Sin embargo, estaba segura que mi lado
were-panther era que el gruñía por ser libre, el que arañaba mi alma pidiendo
escapar. Lo que también sabía era que si Bell regresaba y no me encontraba, me
echaría la bronca.
—A la mierda —murmuré—. Si ella sale, yo
también.
Así que, sin darle más vueltas al asunto, me
dispuse a llevar a cabo mis planes de una noche para exclusiva para olvidar. No
habría Cazadores, Traidores, ni nada. Seríamos mi libertad y yo.
Como no quería tener la desgracia de cruzarme
a nuestro adorable vecino, salté por la ventana como la otra vez y aterricé en
un elegante porte sobre la calle. Observé hacia ambos lados, verificando que
nadie me había visto, no tenía ganas de andar suplantando recuerdos. Lo odiaba,
sobre todo por el dolor de cabeza que me producían. ¿Les sucedería a todos los
Cárpatos? No estaba segura.
Caminé despacio y con calma, saboreando la
noche, permitiendo a mi were-panther disfrutar de esa pequeña libertad. No
podía cambiar y correr en sus cuatro patas. Nunca le sería posible, pero mi
esencia Cárpata siempre se encargaba de complacer a mi pantera en todo. Era
como tener dos seres en mi interior conviviendo. ¿Qué si era malo? No, claro
que no. Había comprendido que nada era malo en esta vida si sabías aceptarte a
ti mismo y eso era lo que había hecho, había logrado entablar un lazo entre
las dos y prácticamente éramos uno solo.
Sentí un golpe en el hombro, como un empujón,
y fruncí el ceño.
—¡Perdone!
—escuché entonces.
Cuando enfoqué la mirada para encontrarlo, vi
al tipo correr apresuradamente mientras alzaba la mano en señal de disculpa.
—Estúpido… —murmuré.
¿Es qué todos los hombres de Londres eran así
de irrespetuosos? ¿Dónde estaba la tan famosa caballerosidad inglesa? En la
lista de los más grandes fraudes, seguro.
Entonces, divisé como ingresaba a un local que
se encontraba un par de metros más adelante. Mis ojos se posaron en el gran
cartel que colgaba al frente y que contenía dos palabras: Lounge Bohemia. Sonreí al instante. Si no recordaba mal, ese era el
bar que aparecía en la guía de turismo como uno de los principales para visitar
en toda la ciudad. Era de un estilo retro, oscuro y bastante íntimo.
Apresuré el pasó e ingresé casi detrás del
sujeto para nada caballeroso. El
lugar estaba bastante concurrido esa noche y solo quedaban un par de sillones
al fondo, el cual parecía ser como la parte vip del lugar. ¿Sería así
comúnmente? Rogaba porque sí. El lugar me encantaba y no sería la última vez
que lo visitaría.
Me encaminé al espacio libre, pasando entre
las mesas rodeadas de taburetes y la pequeña barra que cubría todo un lateral
del local, y me senté con tranquilidad mientras la música envolvía todo a su
alrededor. Comenzaba a amar ese lugar.
—Buenas noches, ¿qué va a
pedir?
—¿Tienes ese…? —Pero mi pregunta quedó en el aire cuando lo vi. El camarero, barman o lo
que fuera que hacía ahí, era el mismo tipo de la calle—. Tú… —susurré sin poder
evitarlo.
—¿Nos conocemos?
—inquirió extrañado.
Entrecerré los ojos. ¿Qué significaba eso? Que
tenía malísima memoria o que sin lugar a dudas era un descortés de primera al
no reconocerme. ¡Él había tropezado conmigo!
—No. No lo creo, me
confundí —dije entonces—. Bueno, ¿tienes ese café que lleva alcohol?
—¿Se refiere al Café
Irlandés? ¿El que se prepara con whisky y crema?
—¡Ese!
—contesté feliz. Por fin podría tomar uno de esos
cócteles sin escuchar las quejas de Bell diciéndome que luego tendría resaca—. Quiero uno de esos, pero doble.
—¿Doble? ¿Está segura?
Fruncí el ceño.
—Muy segura —dije
cruzándome de brazos—. Doble café, doble whisky y doble crema. Y además quiero
uno de esos cupcake de vainilla que tienen crema de frambuesa.
—Enseguida…
Un momento después, en el que no le presté
atención al paso del tiempo, regresó con mi pedido. Dejó la copa y se retiró
mirándome disimuladamente como intentando ver si era capaz de beber. Sonreí
internamente y di el primer sorbo.
Estás
jodida.
Y tuve que darle la razón a mi amiga la vocecita.
Tragué con esfuerzo. Quemaba como los infiernos y mi garganta comenzó a arder.
Por lo menos, para lo que mi paladar tenía de experiencia en gustos de cócteles,
eso era lo que sentía. Sin embargo, no iba a pensar en ello. Se suponía que esa
noche me iba a olvidar de todo salvo de disfrutar la efímera libertad. Volví a
dar otro sorbo y cerré los ojos obviando lo que sentía.
Habrían pasado dos o tres temas, no estaba
segura, cuando di el último sorbo a mi tercer Café Irlandés. Dejé la copa sobre
la mesa ratona y me recosté cómodamente en el sofá. Me sentía maravillosamente
relajada. Podía percibir el ligero pum
pum en mi cabeza, pero no me importaba. ¿Qué tenía de malo casi emborracharse
con un simple café lleno de alcohol? Nada. Porque seguramente yo era la única
que lo hacía.
—¿Estás sola?
Abrí los ojos y me encontré con un tipo que me
miraba de pies a cabeza. Solo faltaba que se relamiera y que el bulto entre sus
piernas aumentara de tamaño. Bufé molesta. Londres, China o donde fuera, los
hombres seguían siendo los mismos. Alcé una ceja y luego sonreí.
—¿Por? ¿Quieres hacerme compañía? —inquirí divertida
y no supe si el tono de sarcasmo que le agregué fue a causa de mi estado casi
de embriagues, o que había aprendido algo de nuestro recién descubierto vecino.
—Por supuesto que quiero —contestó con una estúpida
sonrisa en su feo rostro.
—Lástima… —Me encogí de hombros—. Porque yo no tengo
ganas.
—No seas tan dura, cariño —murmuró acercándose y
sentándose a mi lado.
Giré el rostro de forma lenta y casi mortal. Su
cara mostró un instante de sorpresa. Estaba segura que mis ojos brillaban de un
ámbar intenso y no pude evitar sonreír de forma amenazante mostrándole mis
colmillos.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —pregunté en voz
baja y ronca.
Mis ojos conectaron con los marrones de él y entré
a su mente. Quizás, podría divertirme un rato antes de regresar a casa. Sin
embargo, lo que descubrí me hizo cambiar de opinión. El tipo era casado y salía
cada noche en busca de otros brazos dejando a su esposa y sus tres hijos en
casa. Bebía hasta emborracharse, para luego drogarse, todo por descubrir que se
había infectado de sífilis por promiscuidad extrema.
Me alejé de él al instante sintiendo náuseas. No iba a beber de alguien como él. Si bien era inmune a las enfermedades humanas gracias a mi lado Cárpato, no iba a serlo. Se me revolvía el estómago de solo pensarlo. Además, que en el estado que me encontraba no estaba segura de llegar a controlar mi sed una vez que comenzara.
Me alejé de él al instante sintiendo náuseas. No iba a beber de alguien como él. Si bien era inmune a las enfermedades humanas gracias a mi lado Cárpato, no iba a serlo. Se me revolvía el estómago de solo pensarlo. Además, que en el estado que me encontraba no estaba segura de llegar a controlar mi sed una vez que comenzara.
Así que, lo único que se me ocurrió en ese
momento fue hacerlo marchar.
—Vete a casa, Steve… —murmuré, enviándole la orden
con un leve empujón en su mente.
Él asintió totalmente hipnotizado. Se puso de pie
y se marchó del lugar sin siquiera prestar atención a la gente a su alrededor. Suspiré
y me volví a recostar. Me cubrí el rostro con mi brazo izquierdo mientras
intentaba recobrar la compostura.
—Disculpe, ¿podría acompañarme un momento?
Bajé el brazo lo suficiente para que mis ojos no
se mostraran del todo y me mordí el labio inferior. Era de nuevo el camarero y
su rostro era una máscara de hielo puro.
Estás en
problemas. Escuché canturrear a la vocecita.
—¿Sucede algo? Ya he pagado la cuenta —le dije y rápidamente
agregué—: ¿Necesitan el lugar? Puedo pedir algo más entonces.
—No es ninguna de las dos cosas —contestó acercándose—.
Venga conmigo.
Y me tomó por el antebrazo derecho. Fruncí el
ceño. Mi were-panther gruñó y mi Cárpato quiso golpearlo dolorosamente.
—No me toques —siseé entre dientes.
—Si no quieres que se descubra qué eres, vendrás
conmigo —espetó cerca de mi oído—. Ahora.
2 personas no pudieron evitar espiarnos y decir::
Wa. Mola mucho mucho! Me encanta la historia! La sigo des eta! Pasate dpor mi blog
http://somosabracadabrantes.blogspot.com.es/
Elle
Me gusta ese regreso.
Como está la protagonista de este capítulo.
El camarero creo que no sabe con quien se metió.
Pero esas dos podrían tratar mejor al vecino.
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